La todavía ministra de Sanidad, Leyre
Pajín, declaraba hace unos días dirigiéndose al PP en relación con las
últimas cifras hechas públicas por su ministerio sobre abortos
realizados en España en el 2010 que “espero que se continúe por una
senda que ha sido eficaz”.
El número de abortos cometidos en España
ha ido en aumento desde los 9 en 1985 -año de aprobación de la primera
ley-, 69.857 en 2001, 115,812 en 2008, 111,482 en 2009, 113,031 en 2010.
Desde su inicio hasta 2010 se llevan realizados en nuestro país
1,575,082 abortos -cifra para no dejar orgulloso a nadie-. En cuanto a
Navarra en 2010 hemos alcanzado la cifra de 855 abortos frente a los 689
del año anterior, realmente un incremento considerable.
El propietario de un centro privado
dedicado a la realización de abortos reconocía recientemente en un medio
de comunicación local: _”no conozco a ninguna mujer que esté orgullosa
de haber abortado y la mayoría lo oculta”_. Aunque sorprende la
declaración viniendo de alguien que vive de ello (no es objeto de este
artículo analizar los reclamos publicitarios y prácticas que convenga
emplear a un particular en beneficio de su negocio), creo que la mayoría
estaremos de acuerdo con la cita. La realidad -que, por regla general,
nos esconden- nos habla de las importantes secuelas que un aborto trae
en todas aquellas personas que se ven afectadas (efectos físicos,
psicológicos, en las relaciones familiares, de pareja y con el entorno,
etc.).
Y, siendo así, ¿por qué, entonces, tanto
empeño en seguir promoviendo el aborto y tan poco en realizar políticas
y acciones de apoyo a la mujer embarazada? ¿qué circunstancias abocan a
una mujer a someterse a un aborto? ¿realmente seremos capaces de
ofrecer alternativas que alejen a la mujer de semejante drama?
Como muestran los datos,
desgraciadamente tenemos ya una basta experiencia que hace necesaria una
reflexión profunda en el debate sobre la realidad del aborto. Una
reflexión conjunta carente de prejuicios ideológicos pues el sufrimiento
que acarrea un aborto a todas las personas que intervienen en él no
tiene color político ni religioso. Razón de peso para que nuestros
futuros gobernantes recojan en sus acuerdos emplear los recursos y
esfuerzos necesarios para acabar con la lacra del aborto mediante el
desarrollo, en colaboración con todos los agentes sociales, de
iniciativas que ofrezcan alternativas a la mujer, en lugar de insistir
casi exclusivamente en la extensión de un supuesto “derecho” cuyas
siempre negativas consecuencias se vuelven indefectiblemente contra
quien lo ejerce.
Josemaría Tovar Barge.
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